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Buenas tardes a todos. Quiero dirigiros
a todos unas palabras de saludo, bienvenida y agradecimiento. De
saludo y bienvenida porque estais en mi tierra y es de justicia que
en nombre de la Junta de Castilla os de a todos la bienvenida (a los
que venís de lejos y a los que sois también de aquí). Y de
agradecimiento por haber querido compartir con todos este día.
No he preparado un discurso formal para
dirigirme a vosotros, dado el ambiente familiar que siempre
caracteriza estos encuentros nuestros. Sin embargo, cuando Javier
Garisoain me invitó a transmitiros unas palabras de salutación
inicial, pensé que debía aprovechar la ocasión para decir algo
más. Pensando que cosa era la que me interesaba traer aquí, me di
cuanta de que lo que quería contaros es lo mismo que les dije a los
correligionarios de nuestra región de Castilla en un reciente correo
para convocarles a estos actos. En ese correo yo marcaba tres puntos,
tres razones que hacían particularmente necesario este encuentro de
hoy entre todos nosotros.
En primer lugar, el nuevo camino
electoral que se nos abre hacia las europeas del año que viene. Está
aún todo por detallarse, pero a buen seguro requerirá de todos
nosotros un esfuerzo considerable para que la iniciativa pueda llegar
a tener éxito. No quiero extenderme en esto, no tengo más que decir
al respecto, salvo pediros que cuando llegue el momento estemos todos
dispuestos a arrimar el hombro y trabajar codo con codo.
El segundo punto que yo señalaba es
que este fin de semana celebramos también la clausura del Año de la
Fe convocado por SS Benedicto XVI. Una ocasión excepcional para
iluminar nuestro trabajo en adelante, a la luz de las conclusiones
que cada uno podamos extraer de este año. Pero más allá de esto,
quiero recordar aquí la gran importancia que el Papa le dio al
comienzo del Año al hecho de cumplirse el 50 aniversario de la
conclusión del Concilio Vaticano II, del que creo que va siendo hora
de conocerlo más y criticarlo menos. El problema del Vaticano II no
es otro, como el Profesor Palomar ha advertido con frecuencia, que el
hecho de que aún está pendiente de aplicarse. Colaboremos
activamente en ello, y a ese respecto no quiero añadir nada, pero si
leeros unas palabras de un documento del Concilio, Apostolicam
Actuositatem, que me parecen increiblemente reveladoras de nuestro
papel en la sociedad, y que por lo demás reflejan de forma
contundente lo que es nuestro ideal. Os pido por favor que les
presteis toda vuestra atención, que “abrais completamente vuestras
orejas”, porque el texto lo merece:
Todo lo que constituye el orden temporal, a saber, los bienes de la vida y de la familia, la cultura, la economía, las artes y profesiones, las instituciones de la comunidad política, las relaciones internacionales, y otras cosas semejantes, y su evolución y progreso, no solamente son subsidios para el último fin del hombre, sino que tienen un valor propio, que Dios les ha dado, considerados en sí mismos, o como partes del orden temporal: "Y vio Dios todo lo que había hecho y era muy bueno" (Gén., 1,31). Esta bondad natural de las cosas recibe una cierta dignidad especial de su relación con la persona humana, para cuyo servicio fueron creadas.Plugo, por fin, a Dios el aunar todas las cosas, tanto naturales, como sobrenaturales, en Cristo Jesús "para que tenga El la primacía sobre todas las cosas" (Col., 1,18). No obstante, este destino no sólo no priva al orden temporal de su autonomía, de sus propios fines, leyes, ayudas e importancia para el bien de los hombres, sino que más bien lo perfecciona en su valor e importancia propia y, al mismo tiempo, lo equipara a la integra vocación del hombre sobre la tierra.En el decurso de la historia, el uso de los bienes temporales ha sido desfigurado con graves defectos, porque los hombres, afectados por el pecado original, cayeron frecuentemente en muchos errores acerca del verdadero Dios, de la naturaleza, del hombre y de los principios de la ley moral, de donde se siguió la corrupción de las costumbres e instituciones humanas y la no rara conculcación de la persona del hombre. Incluso en nuestros días, no pocos, confiando más de lo debido, en los progresos de las ciencias naturales y de la técnica, caen como en una idolatría de los bienes materiales, haciéndose más bien siervos que señores de ellos.Es obligación de toda la Iglesia el trabajar para que los hombres se vuelvan capaces de restablecer rectamente el orden de los bienes temporales y de ordenarlos hacia Dios por Jesucristo. A los pastores atañe el manifestar claramente los principios sobre el fin de la creación y el uso del mundo, y prestar los auxilios morales y espirituales para instaurar en Cristo el orden de las cosas temporales.Es preciso, con todo, que los laicos tomen como obligación suya la restauración del orden temporal, y que, conducidos por la luz del Evangelio y por la mente de la Iglesia, y movidos por la caridad cristiana, obren directamente y en forma concreta en dicho orden; que cooperen unos ciudadanos con otros, con sus conocimientos especiales y su responsabilidad propia; y que busquen en todas partes y en todo la justicia del reino de Dios. Hay que establecer el orden temporal de forma que, observando íntegramente sus propias leyes, esté conforme con los últimos principios de la vida cristiana, adaptándose a las variadas circunstancias de lugares, tiempos y pueblos. Entre las obras de este apostolado sobresale la acción social de los cristianos, que desea el Santo Concilio se extienda hoy a todo el ámbito temporal, incluso a la cultura.
[aplausos] no, no … no es mío, el
documento lo firma Pablo VI, aquí lo pone …
Y estas palabras enlazan directamente
con el tercer punto que quería señalar. Estas palabras del Concilio
nos hacen caer en la cuenta de que nosotros somos apóstoles de
Jesucristo, lo nuestro es un apostolado. Lo que caracteriza a los
apóstoles en primer lugar es que son directamente elegidos por el
Señor, y el los pone en camino: seguidme. Así con nosotros: Él nos
ha elegido y nos ha puesto en este camino, unos al lado de otros. Yo
ya lo siento … pero no parece que tengamos escapatoria, no tenemos
otra elección. Cristo nos ha elegido y somos suyos. En Él nos
mantenemos unidos, y esta Comunión que profesamos necesita
concretarse en actos como este. Necesitamos encontrarnos, superar las
dificultades que se nos enfrentan para materializar esa comunión.
Soy perfectamente consciente de todas las dificultades a que nos
enfrentamos cada uno en lo personal, lo vivo en primera persona. El
desánimo, la incomprensión … incluso por parte de miembros de la
Jerarquía de la Iglesia … no importa, seamos capaces de mantener a
esos personajes al margen, tenemos un Magisterio maravilloso e
increible con el que guiarnos, ya lo habeis visto.
Hoy celebramos la Realeza de Aquel que
nos ha elegido. La certeza de la Esperanza que esto supone es, con
creces, mucho más grande que todo el mal que pueda desanimarnos. Por
eso no tenemos escapatoria, y por eso estamos hoy aquí.
No olvideis las palabras del Concilio
que os he leido antes. Muchas gracias a todos.